domingo, 5 de abril de 2009

Mirando por el retrovisor es fácil perderse

“Posadero en la puerta, poca gente en la posada” El camarero recuerda las palabras de su padre mientras descansa en el quicio de la puerta a la espera de algún visitante. Las viejas palabras le recuerdan aromas y sabores de otra época, sonidos y sensaciones de otros tiempos. Se dirige a la barra y descorcha una botella. El camarero prefiere ahogarse en vino a hundirse en mares de nostalgia. Sin embargo ignora que de nada sirve ir a más velocidad si los recuerdos te encadenan (Maniobras de escapismo by Love of Lesbian)

El padre del camarero fue un tipo peculiar. De ascendencia italiana pronto dejó los estudios y se hizo feriante. Durante años recorrió Europa con el habitual puro entre sus dientes y su risa estruendosa. Sus gritos resonaban de tal manera que su gran bigote se agitaba gracioso y parecía bailar bajo su nariz. En uno de sus habituales espectáculos conoció a la que sería su mujer. Vendió la carroza, compró un local y abrió el café.



Eran otros tiempos. Tiempos de prosperidad. El café gozó de gran popularidad y la gente distinguida acostumbraba a ir. Los caballeros conversaban con su taza de café en la mano mientras las señoritas reían tímidamente. Guantes de punto, sombreros, pañuelos bordados y modales exquisitos. Pianista de fondo, periódicos en la estantería y póker.

Eran otros tiempos. El padre amaba la música, pero no toda. Amaba la música de la vieja (ahora) Europa y detestaba todo lo americano. Si no saben disfrutar del vino cómo van a hacer buena música, solía decir. Disfrutaba con la música de París, de Roma y soñaba con viajes eternos.

Eran otros tiempos. Tiempos de acordeones risueños, pianos traviesos y felices orquestas. Todo al servicio de ella. La voz de Edith se sobreponía a todo y cautivaba sin remedio al padre. Un sonido poderoso, maravilloso, brillante. Un sonido de dulces matices y perfecta sensibilidad. Edith tontea y hace de la melodía un juguete en sus manos. Fantasea con las notas hasta llegar a puntos de deliciosa intensidad.

Eran otros tiempos. Edith decide en cada momento lo que busca. Ahora ataca, después se esconde. Primero seria, luego distraída. Ella manda, el resto la sigue. El tiempo de vals la arropa mientras la orquesta y el piano discuten para impresionarla. Elegante y sin perder la compostura, se limita a observar el crescendo final desde su asiento. Toda una mujer.

Eran otros tiempos. Edith ponía color a ese mundo sepia. Y el padre la adoraba.

Murió joven de cáncer de pulmón y ello obligó a su hijo (nuestro camarero) a dejar los estudios musicales y trabajar en el café… pero ésa es otra historia y será contada en otro momento. En cualquier caso, al camarero le gusta pensar que si existe el cielo, su padre dibuja las nubes con el humo de su puro.




Tenemos (sorpresa) vino y puros para todos. Y queso para que el vino no caiga en vacío.

Hasta el próximo naufragio

jueves, 26 de marzo de 2009

G. Ave de paso

Cuando el camión de la basura se pierde al final de la calle y los últimos valientes se refugian de la madrugada corriendo hacia sus casas, comienza la noche. El camarero observa el panorama de nuestro café desde la barra. Una pareja de estúpidos enamorados en el sofá disfruta de café dulce y miradas cómplices. Un viajero extraviado con el plano arrugado sobre el billar se seca el sudor de la frente mientras trata de encontrar su camino… pero no lo conseguirá. Un borracho, cigarro en boca, intenta un tiro imposible con el dardo por debajo de las piernas… pero no lo conseguirá. Un tipo calvo y con barba quiere ahogar sus penas con whisky sobre la barra…pero no lo conseguirá. El camarero reduce la luz. Click. Penumbra y larga noche (Between the bars by Mojave 3).

Se abre la puerta y entra. Es ella. Gabriela. O Gabi. Pasos lentos y provocadores. Vaqueros y chaqueta oscura. Pelo rizado, moreno, suelto y desbocado. Libre. Ojos verdes, ojos traidores. Labios deliciosos, dulces, delicados. Cuello y nuca pálidos que conducen a la perdición. Su nombre. Perdición. Se quita la chaqueta y la arroja finamente sobre la barra. Hombros desnudos y escote profundo. Hoy no trabajas. Hoy es uno de esos días especiales de Gabriela.

Desliza su mano sobre la barra y atrapa decidida el vaso de whisky. Bebe un pequeño sorbo incrustando su mirada en el tipo calvo. Después, lo deposita con el tacto más exquisito del mundo. Su dedo índice prosigue explorando la barra, gira la curva y se introduce agachándose con rapidez.

Gabriela avanza hacia el camarero que sabe perfectamente lo que está buscando. Su fragancia absorbente y profunda le precede. Aproxima su cara junto al oído del camarero, le susurra unas palabras y le besa en la mejilla. El camarero traga saliva. Gabriela repasa la estantería polvorienta de los vinilos y extrae uno. Se lo entrega al camarero y arrastra su cuerpo sobre la barra para saltar al otro lado. Agarra la percha de pie y se coloca el sombrero que estaba en ella. La aguja carraspea. Tres notas y…



Gabriela cierra los ojos y baila con la percha. Marvin Gaye canta para ella. Se mueve lentamente, tan despacio como puede, disfrutando del momento. El bajo elegante le marca el paso mientras la música se desarrolla serenamente. La voz sensual y apasionada de Marvin penetra en sus oídos y la domina totalmente. Gabriela aprieta al máximo la percha hacia su cuerpo.

Let’s get it on. El sombrero torcido se balancea a cada movimiento. La voz crece en cercanía pero permanece suave y tierna. Deseo. Intimidad. La percha parece derretirse en manos de Gabriela que ajusta sus manos a la madera con un precioso cuidado. Los versos calan en una mujer plenamente entregada. Saborea las últimas frases. Placer. El sonido desaparece y Gabriela esboza al fin una pequeña sonrisa. Sitúa la percha con sumo cuidado, se ajusta la chaqueta y sale del café.

A la hora del cierre, el café está oscuro y en la calle el frío se instala a la espera del perezoso sol. El camarero se levanta el cuello de la chaqueta y cierra la puerta. Antes de bajar la persiana, observa el cristal de la ventana en el que aún se refleja el pintalabios ya casi diluido de su mejilla. De camino a casa, el camarero sueña una vida. De camino a casa, sueña con una noche eterna junto a Gabriela.



Ya es fin de semana y tenemos whisky, cervezas de importación, algo de orujo y caramelos de menta para todos en la sección de comentarios.

Hasta el próximo naufragio

domingo, 22 de marzo de 2009

La cebolla dulce tiene capas

Es domingo y hace calor. Nuestro café ha abierto la terraza y parece que la gente se anima. Periódicos, gafas de sol, sombreros y pamelas. En momentos así, al camarero le gustaría poder salir de la barra y disfrutar de un rayo perdido del sol. El interior del café esta frío y reina la sombra. No hay humo, no hay gente: vacío. El camarero suspira. Al fin y al cabo, hace un buen día (Sunday Morning by The VU).

Pongamos música para un día así. Recibamos a The Smiths.





Ritmo rápido y vital. La guitarra risueña serpentea la introducción junto a un bajo juguetón y desenfadado. La banda está contenta y lo transmite. Los sencillos arreglos de cuerda nos llevan en volandas al encuentro con Morrisey.

La voz clara y directa se eleva ágilmente sobre los instrumentos. Optimista y relajado, Morrisey saca toda su expresividad y encanto en una melodía tan simple como maravillosa. Todo es armonía, todo encaja. El público sonríe y los niños bailan. El abuelo de la esquina deja el crucigrama y presta atención. La señora de traje morado menea la cabeza y se retoca los labios. El borracho de la barra marca el ritmo sin dejar de hundirse en el whisky. El camarero asiente.

Morrisey está disfrutando. Juega con su voz y la modula a su antojo. Inocente y gracioso, baila con la guitarra de Marr mientras invita a los niños a subir. El escenario es una pequeña fiesta y la gente del café esta satisfecha. Aplausos.

Una canción preciosa para un domingo de primavera.

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The Smiths eran unos tipos muy inteligentes. De la ironía hicieron su mejor arma y de su música alegre su mejor ariete. Detrás de sus radiantes melodías y felices armonías se esconden aguijones envenenados. Las rosas más apreciadas son las más peligrosas y “The Boy With The Thorn In His Side” es de las más traidoras.

(Inicio de la canción traducido): “El chico con la espina clavada al costado. Tras el rencor allí yace un sanguinario deseo de amar”

Sorpresa. Nos han tomado el pelo. La letra de Morrisey esconde una historia triste marcada por la angustia; un canto a la soledad y la desesperanza. La música luminosa y brillante es un falso disfraz y un elogio a las apariencias: seguimos estando desnudos. No es alegría sino amargura y sonrisas falsas.

Pero para qué llorar si podemos reírnos de nuestra situación. The Smiths nos traen la desolación y la tragedia en dosis de terrible humor perfectamente edulcoradas. La ironía es una característica imprescindible de nuestro mundo: la ironía del éxito, de las relaciones, de lo que podría haber sido y no fue. Cara y cruz. Las cosas no son lo que parecen y un buen amigo del café os podrá hablar ampliamente de segundas lecturas y significados ocultos.

No obstante, una sonrisa amarga sigue siendo una sonrisa. Para ahogarnos siempre hay tiempo y océanos de sobra. Pero no olvidemos que detrás de una sonrisa, de un abrazo, de los mejores sentimientos y de las caras más maravillosas se puede esconder la más terrible de las miserias. El payaso triste espera.

Tenemos horchata, batidos y algo de orujo para los valientes en la sección de comentarios. También tortitas.


Hasta el próximo naufragio



Apuntes: la letra completa de la canción (en inglés) en comentarios. Un análisis de las letras de The Smiths aquí.

martes, 17 de marzo de 2009

Marejada o Fuerte Marejada

Parece que las aguas andan revueltas en la Pérfida Albión. Según leo en el País, un conjunto de artistas británicos ha dicho basta y empieza a exigir su porcentaje de los beneficios que obtienen las discográficas de los portales digitales. Se veía venir: el pastel cibernético es apetecible y hay demasiadas bocas que alimentar.
Para ello han formado la plataforma FAC en la que aparecen, entre otros, los siempre reivindicativos Radiohead, Gang of Four o el gran Billy Bragg. El objetivo es simple: concienciar al público de que los artistas necesitan una remuneración justa por su trabajo y trabajar con las discográficas por la renovación de la industria.
El debate es complejo y probablemente tendremos tiempo de discutir acerca de los nuevos tiempos musicales (Modern Times by Bob). Sin embargo, parece clara la postura de los artistas británicos de establecer un diálogo abierto con los diferentes actores de la escena musical en busca de un acuerdo global. ¿Alguien se imagina a la SGAE emprendiendo acciones similares? Uno es idealista pero tanto...

El vigía permanece atento ante cualquier novedad.

No os vayáis aún. Hay tiempo de sobra porque en nuestro café no importa el tiempo. La noticia era una mera excusa para poner un poco de música al inicio del blog. Radiohead. Life in a Glasshouse.



Un piano borracho. Un cabaret decadente. Un ritmo que parece extraído de un entierro en Nueva Orleans. El humo invade por fin nuestro humilde café. Radiohead toca en el pequeño escenario. Un escenario crujiente, de maderas roídas y telones rotos. El escaso público permanece atento mientras el camarero impone el silencio a gritos.
La voz quebrada y desnuda se ve extrañamente arropada por una orquestina que parece improvisar sobre la marcha, al dictado del alcohol. Las botellas vacías se amontonan por el escenario. Los vientos se agitan: tendremos marejada. Malditos sonidos que te retuercen y te ahogan en un estribillo asfixiante. Perdido, confundido y acomplejado deseas que pare, que se detenga ese desorden. Bebes y confías en que se acabe el caos. "Somebody is listening..." Por fin calma.
La voz atormentada nos conduce de nuevo hacia lo irreversible, hacia lo definitivo. No, que no vuelva. No quiero más, fue suficiente. El piano fúnebre se crece. El clarinete y la trompeta, en inestable equilibrio, luchan por sobreponerse. La voz... esa voz. La tensión es insostenible.El batería apura el último trago de Bourbon antes de atacar y por fin, exhausto, comprendes que todo tiene sentido: la belleza en nuestro café es tragedia.


Hay café, pastas y restos de alcohol en la sección de comentarios.

Hasta el próximo naufragio.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Tierra firme, al fin.


Alto. Hasta aquí. Ya es suficiente. Descansa, siéntate. Todo el día corriendo, apresurado, agobiado, estresado... Ponte cómodo.
Mucho mejor. Hablemos. De lo que quieras. Hablemos de música. De buena música. Hablemos de política. ¿De buena política? Hablemos de mis ideas, de las tuyas. No hay ideas malas: sólo ideas calladas.
Pide cuanto quieras. Whisky, cerveza, café. A la primera invito yo. Es lo que necesitabas, lo que querías, lo que buscabas. "El calor del amor en un bar"
Viajero extraviado: olvida tus prejuicios, tus absurdas creencias. Ábrete. Disfruta de la conversación. Suena la música. Nada, nadie te molesta. Habla. Y escucha.
Bienvenido a "El Café de los Náufragos"